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La montaña

lunes, 9 de agosto de 2010 Dejar un Comentario

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Quiero dedicar este post a una persona muy querida, mi amiga Chary Ambía, con quien me une una entrañable amistad desde hace ya muchos años. Y aunque el destino nos ha separado geográficamente, nuestras almas se han negado a distanciarse y a disolver ese sólido y atávico vínculo de amistad que nos ha unido desde hace ya tantos años. Agradezco al destino que me haya obsequiado una amistad así. Y desde aquí le mando a mi querida Chary un cordial saludo, y toda mi gratitud por el imponderable don de su amistad.
La vida es un camino, cuando menos es lo que yo siempre he creído. Y como todos los caminos, éste tiene un derrotero, un destino a donde habremos de llegar. Ese destino es a veces tan ambiguo, tan inapresable por nuestro pobre entendimiento, que nos es prácticamente imposible definirlo y entenderlo en su totalidad.
Hay quienes dicen que hemos venido al mundo a ser felices. Algunos otros sostienen que el propósito de la vida es ser más conscientes, más sabios. Otros han afirmado que hemos venido a ser más libres. Y no faltan tampoco quienes creen, que no hemos venido a nada, es decir, que somos un desafortunado accidente de la naturaleza, que ha desarrollado la conciencia de percibir la eternidad, pero se nos ha negado la oportunidad de participar de ella… cosa más triste.
La lógica, fría e impersonal, da una probabilidad igual, a cualquiera de las alternativas anteriores. Pero el sentido común y una cálida intuición, reprueba ésta última y niega que seamos tan solo un desafortunado accidente de la naturaleza. Yo, particularmente, me inclino a creer, que el destino de todo ser humano no solo es ser feliz, o sabio, o libre, sino las tres. Pues creo firmemente que la sabiduría nos da libertad, y felicidad. La libertad, nos proporciona sabiduría y felicidad. Y la felicidad, nos conduce a la sabiduría y nos hace libres. Dado que sabiduría, libertad y felicidad son tres aspectos mediante los cuales se expresa nuestra propia alma. Y soy de la idea que finalmente hemos despertado a la vida para ser más conscientes de nuestra propia grandeza, de nuestro propio poder, de ese pedazo de eternidad que ha sido alojado en nuestra alma.
Pues bien, sea cual sea el destino que la vida nos tiene deparado, lo cierto es que éste es solo el colofón que adorna y corona todos los esfuerzos que hemos realizado a lo largo de nuestra vida. En otras palabras, todos los caminos nos llevan a un destino, pero sólo llegaremos a él si caminamos, si avanzamos. Pues el camino por sí mismo no nos lleva a ningún lado, hace falta recorrerlo, y eso, ciertamente sólo depende de cada quien.
En mi opinión, la vida es como una montaña que todos debemos de escalar, y hay tantos caminos como seres humanos existen. Algunos eligen senderos largos pero fáciles, que van bordeando la montaña por los lugares menos empinados y agrestes. Otros prefieren llegar más rápido y se aventuran por caminos más directos, pero menos cómodos, más accidentados y a veces francamente más peligrosos. Estos son los espíritus fuertes, que no pierden de vista, que lo importante es llegar a la cima de la montaña. Y si no hay camino visible, ellos lo buscan, o lo hacen.
Pero hay personas, que simplemente siguen la enorme procesión de gente, que solo anda, y anda de forma inconsciente. Que sigue el camino ollado por todos, y ni siquiera se cuestiona porqué camina y si ese sendero le llevará a un destino favorable. Sencillamente asumen de forma tácita que tienen que caminar, que tienen que vivir, o mejor dicho vegetar en una vida sin razón ni propósito, porque eso han hecho sus padres, y antes que ellos, sus abuelos, y así, incontables generaciones, y es simplemente lo que todos “deben de hacer”. Este camino ofrece varios engañosos beneficios, pues quien vive así, sumido en esta gris inconsciencia lleva una confortable existencia, sin riesgos, sin grandes peligros, sin comprometerse seriamente con nada, y con esa dudosa satisfacción de que está haciendo lo correcto, porque es lo que todo mundo ha hecho siempre.
Sin embargo, en las almas más sensibles, se manifiesta esa vaga sensación de que en esta vida debe de haber algo más que solo repetir estérilmente, ese tiránico programa social que castra el instinto ascensional de todo espíritu humano. Ya que este camino no asciende hacia la cima de la montaña, sólo la bordea, llegando al lugar donde comienza. Y quienes lo recorren únicamente caminan en círculos, y enseñan a sus hijos a seguir caminando y caminando, y repetir infinitamente ese inútil ciclo, con la nefasta convicción que ese es el propósito de la vida.
Estas almas gregarias e inconscientes, están tan alienadas , que agreden y marginan a quienes se salgan, o cuando menos pretendan salirse de ese camino que “todo mundo sabe” que es el camino correcto…
¡Oh triste destino! de este gigantesco rebaño sin pastor, que se regodea en su propia miseria, y que toma por necios, locos o enemigos, a quienes por puro y llano amor les han querido mostrar, que hay caminos que llevan a los hombres a ser sabios, libres y felices. Les crucifican, les calumnian, los ejecutan dándoles de beber cicuta. O en el mejor de los casos los ignoran, o tergiversan sus enseñanzas, empequeñeciéndolas para que se adapten al tamaño de sus existencias miserables y egoístas.
Pero de cuando en cuando, surge de esa masa amorfa, algún espíritu vigoroso e inquieto, que no solo se da cuenta de esta vida inútil, sino que toma acción, y emprende ese camino asencional que le es natural y necesario, a todo espíritu humano. Aunque con ello tenga que ser señalado y sometido al escarnio público. Cuando no agredido y algunas veces aniquilado.
Muchos de esos espíritus se dan por vencidos, y despues de enfrentarse a los formidables mecanismos de sometimiento, con los que cuenta ese terrible programa social, aquel fuego interno que los animaba, se va apagando. Y finalmente olvidan sus sueños de gloria y libertad, y aquel idealismo generoso que henchía su corazón, se apaga. Quedando tan solo una vaga reminiscencia de ese mundo maravilloso que alguna vez creyeron posible, de ese valhala, de esa tierra gloriosa donde solo viven los valientes, donde solo viven los hombres cuya generosidad y virilidad espiritual, les otorgó el poder necesario, para no doblegarse jamás ante esas infames entelequias, cuyo propósito es sumir el espíritu de los hombres en las tinieblas tenebrosas de una vida inútil y minúscula.
Quienes a pesar de todos los obstáculos, logran liberarse de las pegajosas ataduras que bestializan a los espíritus débiles, no se encuentran desamparados, pues se dan cuenta que la montaña esta llena de senderos que otros han abierto para que puedan ser seguidos por cualquiera que demuestre que tiene la fuerza y el corage de seguir su camino hacia la cima. Y no solo eso, si levanta la vista observará que hay otros como él que han salido de ese tenebroso camino cíclico que adormece la conciencia de quienes lo transitan. Y alegremente le indican por donde debe de subir, pues desde la altura donde se encuentran tienen una mejor percepción de los caminos que han dejado tras ellos.
Pero el haber salido de aquella terrible vorágine, no es garantía de haber vencido, ya que puede llegar a embargarnos una terrible nostalgia por todas aquellas cosas que creíamos haber dejado atrás, y que desde el pasado reclaman a gritos nuestra atención. Aquellas infames entelequias son hábiles y saben de nuestras debilidades, y las usan para sabotearnos y obligarnos a regresar a su mundo siniestro. Solo si hacemos acopio de valor lograremos dejar sin efecto los gritos del pasado, que cual canto de sirena, pueden llegar a fascinarnos de tal forma, que demos un traspié y nos precipitemos cuesta abajo.
Pero si a pesar de todo, hacemos un esfuerzo por seguir subiendo, las brumas que nublaban la visión de nuestra conciencia se irán despejando, y nos daremos cuenta que llevamos cargando muchas cosas que nos han enseñado que eran necesarias e importantes, pero que ahora se nos revelan como verdaderamente inútiles. O vemos que inconscientemente nos hemos lastrado con cargas que nos dificultaban terriblemente nuestro andar por el camino, pero que aún ahora nos cuesta trabajo deshacernos de todas esas cargas. porque nos atan a ellas poderosos lazos afectivos. Esos primeros pasos en el camino que nos lleva a la cima, pueden ser verdaderamente penosos y agoviantes, pues vamos cargando un enorme saco de piedras que ahora no nos sirven para nada, pero que pensamos que son nuestro tesoro. Cuantos recuerdos innecesarios, cuanto rencor acumulado, remordimiento por cosas que hicimos mal, o por haber dañado a algún ser querido. Cuanta necesidad de aprobación, creencias que nos limitan, que nos encierran en invisibles cárceles de dolor, angustia, miedo, culpa... ¡Cómo cuesta trabajo irnos desprendiendo de esas terribles larvas, que nos drenan nuestra preciosa energía, cual terribles vampiros!.
Lo más lógico sería soltar el saco con todas esas piedras inútiles, que nadie, sino nosotros mismos, nos hemos obligado a cargar. En el discurso esto es fácil, pero en la práctica nos daremos cuenta que no se puede ser absolutamente libre de la noche a la mañana. Hay que aprender a perdonar y a perdonarse, no solo de palabra, sino desde el fondo de nuestra alma. Hay que reconocer nuestros errores, pero tambien, y con toda humildad, nuestras virtudes, pues ellas serán, nuestras mejores herramientas, para alcanzar la cima de la montaña. Hay que desarrollar el discernimiento, para poder ver las cosas como son, y no como nos gustaría que fueran, y para poder dar prioridad a las cosas importantes. Pero sobre todo, debemos despertar en nosotros un sentido espiritual de supervivencia, un tezón casi fanático, de seguir siempre adelante, de arremeter ferozmente contra cualquier obstáculo que nos impida escalar la montaña, nuestra propia montaña interior. Una heróica terquedad que haga que nos levantemos una, y otra, y otra vez, tantas veces como la montaña pretenda abatirnos, derrotarnos, someternos. Aún con miedo, con ira, con lágrimas en los ojos, debemos aprender a ser como los toros de lidia, que se crecen ante la adversidad, que desafían a la muerte, que pierden la vida antes que su bravura, que jamás sienten lástima por ellos mismos.
Porque a diferencia de aquel otro camino circular, cómodo y seguro, por donde la mayoría anda. Los caminos de la montaña son peligrosos, y reclamarán de nosotros todo nuestro valor e inteligencia.
Esto es un proceso, que puede llevar mucho tiempo y puede llegar a ser bastante doloroso. Pero nadie nunca nos dijo que iba a ser fácil, ¿verdad?.
Una vez vencido este último obstáculo nos daremos cuenta que al escalar, reina un ambiente festivo y gozoso, en donde se disfruta por igual ir escalando la montaña, que ver cómo otros lo hacen. A uno le asiste una maravillosa sensación de que nunca está sólo, y esto genera una inefable paz interior, un sentimiento de que se está haciendo lo correcto.
Pero lo mejor viene después, cuando ya desembarazado de los lastres, que te impedían la marcha, te percatas que muchos de los que te rodean, voltean hacia abajo y gritan a quienes apenas salen de aquel mundo triste y gris, del que tú alguna vez formaste parte, para indicarles por dónde deben de ir, y los animan a seguir escalando, no obstante las cadenas y los lastres que todavía los atan a aquella desafortunada existencia. Entonces te embargará una profunda compasión y amor para aquellos valientes que, como tú bien lo sabes, han tenido que hacer acopio de todo su valor y fortaleza para realizar esa primer hazaña. Y sin que nadie te lo pida o te obligue a ello, tú también te unirás a esa algaravía que anima a esos espíritus vigorosos a seguir adelante.
Y llegará a tu entendimiento, una de las enseñanzas más bellas de todos los tiempos, que el sentido de la vida, no solo está en escalar la montaña, sino en aprender de los que van más arriba, y enseñar a los que van más abajo.
Si tu vida, no es como la soñó el niño o la niña que alguna vez fuiste, no pierdas tiempo en lamentaciones. Levanta ahora mismo los ojos de tu alma, y observa la montaña. Es tiempo de escalar, solo recuerda que no será fácil, ve preparando tu voluntad y tu buen ánimo. Si pones atención escucharás allá en lo alto las límpidas voces de un Platón, de un Pitágoras, de un Marco Aurelio, de Un Epícteto, de un Mozart, de un Amado Nervo, de un Mahatma Gandhi, en fín, de una pléyade de espíritus vigorosos, que desde lo alto te gritan, que es tiempo de escalar la montaña, tu propia montaña interior, en cuya cima habita el misterio, ese misterio que reclama nuestra presencia, porque es de él, de donde ha salido ese pedazo de eternidad, que todos los hombres llevamos escondido, en ese recóndito rincón de nuestra alma.

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